
Desde que nacemos, se nos asigna un nombre (o más) y un par de apellidos, que si bien la legislación actual permite a los progenitores adoptar el orden que deseen, tradicionalmente se ha heredado el del padre si este reconoce al recién nacido.
En mi caso, como muchos saben, ese apellido es González, un patronímico que vendría a significar “hijo de Gonzalo”, si bien no quiere decir que todos mis antepasados por la línea paterna directa ostentaran dicho apellido; sólo puedo documentarlo hasta mediados del siglo XVIII. A esta línea genealógica masculina se la denomina varonía, aunque se tiende a confundir el primer apellido de una persona —que representa su varonía— con el linaje al que pertenece; sin embargo, no son sinónimos.
Hoy no toca hablar de genealogía, o al menos, no de la tradicional. No toca hablar de varonía, sino de linaje. Actualmente existen múltiples empresas que ofrecen la posibilidad de rastrear esta herencia invisible a nuestros ojos, mostrándonos los caminos por los que transcurrieron nuestros antepasados, que unas veces nos abre muchas puertas, pero también nos genera dudas e incertidumbres que antes no nos planteábamos. Una de las posibilidades que se nos abre al rastrear nuestro material genético es la de poder seguir esa huella que hemos ido heredando de manera patrilineal, es decir, de nuestro linaje paterno, el haplogrupo del cromosoma Y. A eso me dispuse con las herramientas que nos ofrece la red, un proceso que duró un par de minutos, pero que se remontó a miles de años atrás.
El haplogrupo I1 fue el resultado, lo que no me aclaró nada de primeras, así que no quedaba más opción que rastrear en la red para averiguar más sobre este linaje mío. Básicamente, se trata de la rama más importante del haplogrupo I, la cual tiene su mayor densidad en el norte de Europa y se encuentra en todos los lugares invadidos por los antiguos pueblos germánicos.

Guerrero vikingo

Mapa de calor de la distribución del haplogrupo I1
Ante este descubrimiento, las sensaciones y pensamientos se me agolpan y me abruman; son casi infinitas las opciones de cómo este linaje oriundo de la península escandinava llegase a La Gomera.
La primera que me viene a la mente es la de ese guerrero godo que sale desde Gotland, posiblemente obligado por la superpoblación, en un largo periplo que lo llevará junto a su gente, en primera instancia, a las costas cercanas a la desembocadura del río Vístula, en la actual Polonia, de ahí pasar a las llanuras ucranianas, para continuar hasta los Balcanes. Quizás participó en los ataques godos a Grecia, el corazón del Imperio Bizantino. O quizás junto a las huestes de Alarico asaltó la Ciudad Eterna, Roma.

Recreación del saqueo de Roma en 410 D.C.
También cabe la posibilidad de que estuviese en la batalla de los Campos Cataláunicos participando en la derrota del azote de Dios, Atila, rey de los Hunos. En este periplo también pudo haber estado en la corte de Tolosa, una vez asentados en la Galia. Y del Reino Visigodo de Tolosa al Reino Visigodo de Toledo. Así hasta el 711, cuando las tropas de Tariq cruzaron el estrecho que hoy lleva su nombre fosilizado. ¿Qué pasó después? ¿Se retiró a las montañas cantábricas y formó parte de Pelayo y los suyos? ¿O bien fue parte de los Banu Qasi o del entorno de Teodomiro?
Imposible saber cómo fue el devenir de mi linaje paterno durante los casi ocho siglos de dominio musulmán de la península ibérica.
Una de las opciones posibles para ubicarlo en La Gomera es que la Casa Condal, representada por Hernán Peraza el Joven, fuese heredera de esas élites godas que son la génesis de muchas familias nobiliarias durante el proceso de la llamada Reconquista, más como fruto de las muchas relaciones extramatrimoniales que los señores de la isla mantuvieron con sus súbditas que por una procedencia directa de aquellos.

Jean de Bethencourt
¿Y si mi antepasado no necesariamente pasó por la península?
Cabe recordar que la conquista de las islas fue llevada a cabo, en primera instancia, por Jean de Bethencourt y sus mercenarios normandos, quienes, como su etimología indica —“hombres del norte”—, eran descendientes de esos vikingos que se establecieron en Normandía junto al señor de la guerra Rollo. Quizás entre este grupo de conquistadores llegara hasta La Gomera aquel mercenario cuyos antepasados expandieron el terror por toda Europa con sus campañas de saqueo.
Sea cual fuere el camino recorrido, el ADN nos recuerda que la historia de cada uno de nosotros es, en realidad, la historia de todos los que nos precedieron.

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